Lunes, 12 Febrero 2024 16:27

Bébédjia- Bebotó, 10 de febrero de 2024

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Bébédjia- Bebotó, 10 de febrero de 2024

Llegó el día de encontrarme con las hermanas Guadalupanas de Bebotó, un pueblo recóndito del sur de Chad. Terminada la jornada en Saint Joseph, nos montamos en la recién estrenada Toyota que tiene, todavía, todos los protectores de plástico habidos y por haber: en el símbolo de Toyota del volante, en el display del salpicadero, sobre el cuenta quilómetros y en los parasoles. Llevamos de pasajero a Isidore, un adolescente de unos 16 años que sueña con ser maestro. Es el tercero de 6 hermanos y cuentan las sores que, más que un hermano, es un papá. Se ocupa de que sus tres hermanos pequeños tengan todo lo necesario para ir al colegio, recoge y firma el boletín de notas, los lleva y los trae. Y es uno de los becados de Bebotó.

El camino es por pura pista desde Doba, 59 kilómetros de camino de tierra que se inunda tanto en la época de lluvias que poblaciones como Bebotó se quedan aisaladas durante meses.
Lo primero que encontramos es la zona destinada a los arrozales. Ahora el campo está quemado porque creen que así preparan mejor el terreno para la siembra. Además, los niños aprovechan cuando salen las ratas de sus guaridas para cazarlas con sus tirachinas y poder asegurarse una comida ese día.
Entre arrozal y arrozal hay tumbas, construcciones elevadas acabadas con azulejos. Solo los más ricos se las pueden permitir. Aquí más bien uno cava un hoyo donde sea y ahí mete el cuerpo sin vida del familiar.

A esta zona del sur, más verde y más fértil que el resto del país, se la conoce como el granero de Chad. Los musulmanes dicen que aquí viven los “grupos rebeldes”, pero es porque las tribus africanas originarias de este lugar están en contra del gobierno árabe musulmán que lleva rigiendo el país desde hace años. La realidad es que único conflicto que tienen estos agricultores (conflicto, porque problemas tienen muchos) es con los nómadas que contratan desde el norte para que lleven el ganado hacia el sur. Los animales atraviesan los campos y acaban con las cosechas, por lo que acaban matándose los unos a los otros cada año.
A pesar de que los tienen aislados del resto del país, los árabes llevan sus camiones por esas tortuosas pistas hasta el mercado más grande de esta zona, el de Beboungaye, para poder comprar mijo, arroz, sorgo y penicillaire para vender en sus mercados. Los camiones agrandan surcos y socavones, haciendo el camino intransitable en la época lluviosa.
El día de mercado es el miércoles y hoy solo alcanzo ver las estructuras de madera bajo las que se resguardan del sol las vendedoras y basura, mucha basura por todos los lados.

Llegamos a Bebotó tras 3 horas y media de camino desde Bébédjia donde nos esperan un grupo de chavales, alumnos del colegio de San Kisito, que hacen de jardineros voluntarios en la casa de las hermanas quienes, a cambio, les regalan los frutos de los árboles y material para el cole.

No hay red desde hace un buen rato. Estamos aisladas. Creí que estaría más incómoda por la desconexión, pero la verdad es que estoy encantada. Como si estuviera en un retiro espiritual.

Mi habitación es austera, con una “regadera” que funciona, un lavabo con luz, una cama con almohada de consistencia pétrea, una mosquitera y un par de mesas. En todas las estancias hay bidones de agua porque las hermanas pasaron 3 años, ni más ni menos, sin agua por problemas con las tuberías y todavía, a día de hoy, les vuelve a pasar de cuando en cuando. Deben entonces ir a un pozo, sacar todo el agua que puedan y almacenarla.

El día termina con mucha plática y tres partidas de Rummy, con Sor Chely invicta.
Los muelles del colchón me recuerdan que no estoy en mi chambre pero caigo rendida a pesar de los mismos y del ruido que hacen los búhos que viven sobre el techo que mantienen a raya a las ratas que se escuchan correr en cualquier edificio del Chad.

Y noto que estas aquí, papá.

 

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