
Blog_Dra.-Paula (56)
Blog de la Doctora Paula
Medica especializa en Medicina Física y Rehabilitación trabaja en el servicio de Rehabilitación del Hospital Universitario de Fuenlabrada
Bébédjia, 26 de enero de 2022
“Janvier”
Es así como lo llaman aquí. Les cuesta la jota, como a la mayoría de personas que no hablan castellano.
Es la quinta misión del Dr. De la Torre y la cuarta conmigo como compañera. Ganándose el cielo, el pobre. No sé muy bien cómo me sentiría si él no me acompañara. No conozco el Chad sin Javier.
Vivir esto es como participar en un reality, pero quitando todo lo feo (que es mucho) de este formato. No hay competición, somos equipo. Aprendemos los unos de los otros y nos acompañamos en los momentos malos, en los peores y en los geniales. Compartimos mesa, pacientes, dinero, escoba, cerveza y la alfombra de 6 plazas donde escuchamos música y admiramos las estrellas en este lugar sin contaminación lumínica.
Aquí yo lo llamo “le koró” - el jefe- y nuestros compañeros de aquí se mueren de risa cuando lo llamo así, pero en realidad es eso. El jefe quitándole los atributos tiranos, el veterano, el hermano mayor que a veces gruñe, pero cada vez menos, la verdad. El dice que gruñe menos porque nos estamos portando mejor, lo que significa que nos hemos llegado a portar mal. Yo creo que soy un angelito siempre, pero él sabrá.
Todos los años curra como el que más, pero este se está llevando la palma.
El pobre no para de operar, ¡hay lista de espera quirúrgica en Saint Joseph!
Se enfunda su pijama, se pone su delantal de plástico (gracias al cual pierde unos kilos de líquido cada día) y se mete en faena desde primera hora.
Pero no solo opera. Con paciencia y a pesar de las limitaciones - nada tiene que ver éste quirófano. con los de nuestro hospital- explica al Dr. Rodrigue, paso a paso, cada técnica, cada cirugía. Se trata de compartir conocimientos y acompañar. Eso libera a Elisabeth. Y digo libera pero en realidad lo que consigue es sacarla del quirófano para que pueda dedicarse a hacer ecografías, drenajes torácicos o gestionar el continuo goteo de pacientes que buscan su buen hacer.
Y por las tardes o por la noche, aunque Elisabeth sea la primera llamada, Javier toma las riendas para que ella pueda descansar u orar, lujos que no puede permitirse cuando no hay otro cirujano por aquí. Su sensatez, prudencia y experiencia le permiten ayudar a Elisabeth a tomar decisiones; otra mochila fuera para ella.
Han pasado 5 años desde nuestro primer viaje “ensemble”, y puedo confirmar que nuestro koró sigue siendo un ser humano generoso, bromista, trabajador, divertido y maravilloso.
Y a pesar de que la convivencia en nuestro rincón africano puede llegar a ser intensita, ha sobrevivido nuestra amistad. Hasta ha crecido yo diría.
Bébédjia, a 24 de enero de 2022
Ella.
El día empieza muy pronto en Saint Joseph. A las 7 de la mañana todos los trabajadores se reúnen en sus respectivos servicios (pediatria, medicina o maternidad-Cirugia) para el pase de guardia , la oración y el canto matinal. Una vez terminada la reunión, se hace el pase de visita.
Los que me leísteis en el último viaje, sabéis que la pediatria estaba al 200% y que tuve días bajos, muy bajos. Llegamos a tener más de 100 niños ingresados, cuando el número de camas es de 50. La pequeña sala de cuidados intensivos pediátrica estaba hasta los topes, con niños convulsionando en cada una de las camillas compartidas, otros en el suelo o ya fallecidos en brazos de sus madres. Todos los días 2, 3 pequeños dejaban este mundo por culpa del paludismo.
Los parásitos son resistentes a casi todos los fármacos porque la gente los compra en el mercado y los toma anárquicamente, así que el plasmodium va haciéndose más y más resistente. ¿Qué esperanza hay si ya ni los tratamientos son efectivos?
Parece increíble que todavía estemos esperando a que se desarrolle una vacuna eficaz. ¿Cuándo empezará a ser esta enfermedad importante el mundo desarrollado?
El caso es que este año, gracias a Dios (y a qué hemos venido en época seca), hay pocos niños ingresados. Casi todos malnutridos y tienen malaria o se contagian aquí, porque los mosquitos que vuelan por nuestro hospital están llenitos de parásitos. Pero afortunadamente, nos mantenemos por debajo de 50 pequeños hospitalizados.
Cómo está más tranquilo ese “ala” del hospital, empiezo el día con Sor Elisabeth , Javier y el Dr. Rodrigue, contratado por enganCHADos.
Es un espectáculo ver trabajar a esta misionera dia tras día. Es el alma de Saint Joseph. Demasiado delgada para la inmensa carga que soporta, ágil, atlética, llena de energía. Se atreve con todo. Tan pronto opera una peritonitis como una ruptura uterina. Atiende partos complicados, hace cirugías traumatológicas sin escopia y amputa un miembro cuando es estrictamente necesario (porque salva más miembros de los que amputa). Con absoluta destreza en el uso del ecógrafo, es capaz de hacer tanto el seguimiento de un embarazo como el diagnóstico de una leishmaniasis visceral o un hepatocarcinoma. Es fuerte, exigente, políglota y trabajadora. Su doble vocación de médico y misionera la convierten en un ser humano tan extraordinario, completo y potente, que una no puede evitar sentirse minúscula a su lado.
Vienen pacientes de todo el país, muchas veces traídos por misioneros, casos casi siempre complejos, imposibles, desesperados. La proporción de “puros” a los que atiende se aproxima al 95%. Y me quedo corta.
Mujeres de parto desde hace 5 días con el feto muerto en su vientre, fracturas abiertas de un año de evolución, peritonitis superpasadas, tumores de mama enormes y necrosados, osteomielitis crónicas, fistulizadas desde hace 4 años, complicaciones de los tratamientos tradicionales…
El caso es que no hay un día normal.
Alterna esta actividad con el pase de planta, diagnósticos ecográficos, la organización del hospital, la oración y el estudio. Duerme unas cinco horas al día. Y está de guardia 365 días del año, 24/7.
Se cansa, se exaspera por lo tedioso que resulta todo aquí, pero remonta porque ama lo que hace. Y porque la necesitan tanto, que no tiene otra que remontar.
Le admiran los ngambae, los árabes, los mbororó y los delicados caucásicos. Echa broncas a los pacientes y familiares con firmeza y educación , pero se asegura de que todos puedan pagar y recibir su tratamiento.
Si los familiares no dan de comer a los pacientes, o no quieren donarles la sangre que necesitan: bronca.
Que los pacientes no se lavan o no caminan: bronca.
Si las las madres no dan de mamar o no limpian a sus hijos: bronca.
Si la médico europea no recicla un vendaje y lo corta con tijeras: bronca.
Todas merecidas.
Todas sin subir el tono o perder los modales.
Todas necesarias.
Acepta -aunque con tristeza - cuando los pacientes o los familiares rechazan el tratamiento prescrito y deciden acudir al curandero, aún sabiendo que su paciente morirá en su casa o reingresará con un cuadro todavía más complicado que el anterior.
Ella sigue, sigue, sigue.
Mis abuelos eran ambos médicos rurales, y mis padres me cuentan que ellos no pasaron nunca hambre, porque los pacientes les regalaban gallinas, huevos o conejos como agradecimiento y único medio de pago.
Ayer el padre de una paciente árabe le regaló un par de pollos a nuestra Sœur, aunque bien merecería una granja entera.
Bébédjia, a 22 de enero de 2022
El mosquito.
¿Hay algo más molesto que escuchar un mosquito merodeando alrededor de tu oreja cuando te metes en la cama?
Hay algo más molesto que escuchar un mosquito merodeando alrededor de tu oreja cuando te metes en la cama.
Y yo lo he vivido.
Porque te has metido en una pequeña crisálida y estás atrapada en ese pequeño espacio con el vector del paludismo. Y no entiendes cómo ha logrado colarse, porque creías haber tapado todos los agujeros de la mosquitera con cinta americana, has sido muy cuidadosa metiéndola bien bajo el colchón y cerrando la puerta con mosquitera incorporada. Además apenas utilizas las linternas para evitar atraer la atención del maldito bicho y te embadurnas con el relec extraforte desde primera hora de la mañana para resultar CERO apetecible para el peligroso díptero. Sin mencionar que antes del viaje, has rociado toooooooda tu ropa con una solución de permetrina que deja un olorcillo apestoso y unos cercos grasosos en todas tus prendas.
Y, aun habiendo tomado TODAS las precauciones, ahí estás, buscándolo con tu linterna de luz roja porque no quieres estimularlo demasiado, pero te das cuenta que no ves un pijo, y te pones de los nervios porque cada segundo cuenta y puede estar ya posado sobre tu epidermis y tú no ser consciente de ello. Necesitas encontrarlo YA porque el primer objetivo es cargártelo de una palmada. Pero nooo, él se esconde entre los pliegues de la mosquitera, se confunde con las rayas de tu manta y vuela en modo silencio para que pierdas definitivamente los nervios y te lances fuera de la mosquitera. La dejas completamente abierta. Luego la cierras porque te parece que está demasiado abierta y pueden entrar otros seres si tienen tanto espacio para transitar. Mientras piensas cuál será el tamaño de apertura ideal para que salga tu enemigo, enciendes las linternas (todas) en su punto de máxima blancura y las dejas lejos de la cama, muy lejos.
Decides que probablemente no lleves encima una capa de relec lo suficientemente generosa y, sin desnudarte del todo, te vas aplicando una cantidad ingente en cada milímetro de tu piel, incluida la cara. Y en tu ropa. Y en tu pelo. Y te pones la sudadera porque prefieres cocinarte a contagiarte. Y dejas que pase un buen rato (cada vez menos horas de sueño) y decides intentarlo de nuevo. Entras rápidamente y metes histéricamente la mosquitera por debajo del colchón. No se oye nada. No se ve nada. Ha salido. Objetivo alcanzado.
Pero claro, con tanta tensión se te olvidó apagar la fuente múltiple de luz masiva que está en la otra punta de la habitación.
Sales de la mosquitera abriendo un agujero ridículamente minúsculo (que se amplía enseguida porque aunque quieras moverte como una ninja eres una blanca normalita que está agotada y atacada) y metes de nuevo la mosquitera bajo el colchón. Rápidamente te aproximas al rincón, apagas todas las luces y ya si que no ves nada de nada, porque se te olvidó dejar el farolillo rojo encendido antes de salir de la cama.
A tientas tocas las superficies y se te engancha el meñique del pie izquierdo con la pata de la silla. Pero el dolor no te paraliza. El instinto de protección es así. Una vez tocas la cama repites la maniobra de la mosquitera emulando a la Z -Jones y te encierras de nuevo en tu habitáculo traslúcido. Golpeas la ropa de cama contra el colchón por si se hubiera quedado el insecto agazapado bajo tus sábanas, aunque dudas mucho que con la sobredosis de relec el pobre sobreviviera. Encuentras el farolillo. Te has dejado el móvil fuera pero abandonas la idea de recuperarlo. Te pones los tapones, el antifaz y te cubres por completo con la sábana. Empiezas a sudar y te abandonas a la modorra, que si no no hay quien se levante a las 6 mañana.
Bébédjia, 23 enero de 2022
El mango
Fue la directora de mi colegio, Mrs. Mazón, la que me contagió el amor por los árboles. Uno de mis lugares favoritos en Madrid es el jardín botánico. Dentro de él hay unos bancos escondidos bajo unos tilos exuberantes. Si tuviera que elegir un sitio dentro del botánico, sería ese: tumbada en uno de esos bancos un día de primavera, mirando las hojas de esos tilos.
Aparte de los tilos, me chiflan los árboles frutales y aquí he descubierto dos que me fascinan: el mango y el anacardo.
El mango es un árbol imponente y frondoso que da una sombra extensa y densa. A los chadianos les gusta cobijarse en su penumbra, sobretodo a partir de finales de febrero, cuando empieza el calor del infierno. Y es que la temperatura debajo de estos gigantes cae unos grados y se agradece.
En el patio de nuestras habitaciones hay uno precioso, pero nunca había visto sus frutos hasta este viaje. Dentro de un mes caerán al suelo, ya maduros, pero por el momento están verdes y duros. Y aunque todavía inmaduros, cuando el hambre aprieta y algún madrugador ya se ha comido los frutos que están más a mano, los niños intentan alcanzar sus frutos golpeando sus ramas con largos palos. Si fracasan, trepan para conseguir lo que, probablemente, será lo único que coman en el día. Los niños son más ágiles que los adultos, pero también más osados, así que con demasiada frecuencia resbalan y caen desde alturas cada vez mayores.
Este año lo que más me ha llamado la atención es, precisamente, la cantidad de traumatismos cráneoencefálicos y lesiones medulares traumáticas que ingresan por caídas de este tipo (o caídas de la moto, que aquí nadie va con casco). Solo en una semana hemos atendido siete pacientes de este tipo: dos niños pequeños (uno de ellos ya fallecido), una adolescente y dos adultos con traumatismos craneoencefálicos graves así como dos casos de tetraplejia por lesión medular (en este caso una niña de 16 años y un adulto).
El manejo de estos pacientes es muy complejo en nuestro medio; la mayoría requieren un TAC urgente, ingreso inicial en una unidad de cuidados intensivos, muchas veces neurocirugía y casi siempre un tratamiento rehabilitador intensivo y multidisciplinar prolongado.
En Saint Joseph, el tratamiento se simplifica de forma dramática. Básicamente consiste en el control de las constantes, paracetamol, corticoides y antibióticos. Y rezar. Mucho.
Los médicos del primer mundo estamos tan acostumbrados a las pruebas complementarias que ya apenas sabemos manejarnos sin ellas. Nuestros ojos contactan fugazmente con los ojos del paciente. Luego vuelven a la pantalla, siempre. El teclado es una prolongación de nuestros dedos, y cuando logramos despegarlos de las teclas, los cubrimos de látex o vinilo para explorar, de forma somera, a los pacientes. Tenemos todavía el comodín de las pruebas que nos ayudarán a realizar el diagnóstico y orientar el tratamiento, que será el mejor y el más completo que podamos ofrecer al enfermo.
Venir aquí ayuda a recuperar esa parte de la medicina ya olvidada. La parte de la anamnesis la quitamos del algoritmo. Para empezar, casi nadie sabe la edad que tiene. Los niños que no se tocan la oreja contraria por encima de la cabeza tienen menos de 6. Pero los adultos son otra cosa. Muy muy difícil acertar.
Por otra parte, la noción del tiempo aquí es relativa (cuántas veces escuchamos ese “depuis….” tan poco preciso!) y siempre son necesarios los traductores que hablen Nganbae o árabe para medio enterarte de qué va la cosa. Es como si la mayoría de los pacientes fueran neonatos; no pueden contarte lo que les pasa pero la observación de su cuerpo, su forma de moverse y la expresión casi siempre te ofrecen información suficiente.
Y, aunque volver a la esencia de la medicina tiene su morbo, es frustrante no poder hacer más. Aquí la discapacidad es una carga tan, tan grande, que, en muchos casos, la familia decide llevarse a los pacientes de alta para que mueran en casa. Quizá intenten un tratamiento tradicional antes de tirar la toalla (aunque la mayoría ya ha agotado ese cartucho antes de tráelo aquí), pero generalmente ya no disponen de medios para costeárselo.
¿Cómo convencerlos de que paguen el mejor tratamiento disponible cuando sabes que el pronóstico funcional es infausto?
De los 7 casos de este tipo atendidos esta semana ha fallecido un paciente aquí y a dos de ellos se los llevaron a casa a morir. Estamos negociando con el padre de la niña tetrapléjica para que permanezca ingresada en el centro de Discapacitados de Doba pero en realidad, ¿que vida le espera? ¿Quien le cambiará la sonda, o evitará que se escare cuando sabemos que va a permanecer tendida en el suelo todo el día? Era ya la una de la tarde y la niña llevaba un día sin comer ni beber. ¿Ya ha comenzado el lento proceso de dejar morir?
Y al joven con secuelas de conducta y del lenguaje, ¿que tratamiento le podemos ofrecer? Ninguno. Absolutamente ninguno.
Otra vez, las diferencias abisales e injustas.
Seamos capaces de reconocer la suerte que hemos tenido al nacer en el primer mundo, capaces de apreciar la atención sanitaria de máxima calidad que podemos recibir en España, independientemente de nuestro nivel socioeconómico o cultural.
Hagamos eso al menos.
Bébédjia, a 21 enero de 2022
Que la Lumière soit
Es fácil imaginarse unas horas sin luz. ¿Quien no ha vivido un apagón?
Un día es más complicado; las cosas del frigorífico se estropean, no se puede poner la lavadora ni el friegaplatos, imposible cargar los móviles, no funciona el WIFI…
Extrapolad eso a un hospital. Y que solo puedas tener electricidad unas 6 horas al día, durante todo el año, gracias a un grupo electrógeno. Esto supone un gasto inasumible en combustible pero, sobretodo, tiene unas repercusiones médicas, clínicas y asistenciales nefastas.
En Saint Joseph no disponemos de oxigeno o respiradores, no podemos intubar a los pacientes en quirófano pero si hay que monitorizarlos durante las intervenciones. Para intentar paliar parcialmente la imposibilidad de ofrecer a los pacientes oxigenoterapia, enganCHADos ha ido llevando, en las distintas expediciones, concentradores de oxígeno. Estos dispositivos médicos alimentados por electricidad, extraen aire del medio ambiente y logran concentrar el oxígeno hasta alcanzar concentraciones terapéuticas para administrarlo al paciente, en nuestro caso a través de unas gafas nasales.
Esto permite que se desarrollen las cirugías y, en el caso de la pediatría, los niños graves (con anemias severas tras malarias repetidas) sobreviven mientras tienen este aporte extra de oxígeno. A la hora o dos horas de haberse apagado la luz, fallecen.
Ver esto día a día es insoportable. Aceptar que se mueran los niños por falta de medicación o de medios extraordinarios es complicado, pero que se mueran por falta de energía eléctrica, es trágico e inaceptable. Por eso ha sido nuestra prioridad solucionar el tema del voltio.
En 2016, una ONG Italiana, con fondos de la Unión Europea instaló una planta fotovoltaica en el hospital que funcionó unas semanas para, posteriormente, dejar de funcionar correctamente. Estuvo proporcionando unas 4-8 horas de energía eléctrica al día hasta que dejó de funcionar por completo el 12 septiembre de 2018. Intentamos ponernos en contacto con las personas responsables de la instalación para que mandaran a un técnico/Ingeniero, pero nunca hubo respuesta. La ONG había desaparecido del mapa. La empresa de los equipos tampoco ofrecía ninguna solución.
Ahí empezó la odisea solar.